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Sobre BABEL

25/03/2009

En todos los períodos históricos las Artes han pasado por etapas en que se han considerado manifestaciones independientes de la realidad o con unos vínculos indisolubles con ella. Actualmente, en buena medida, atravesamos una de estas últimas. ¡Gracias a Dios! Hasta la misma esencia de lo divino ha puesto los pies en la tierra. Ya no hay dioses, ni sociales ni artísticos, que no se vean involucrados en el realismo más descarnado. El ser humano, cada vez más próximo al conocimiento y entendimiento de su inmensa vitalidad, asume su destino como una propuesta del sitio que le ha tocado vivir, el azar que se empeña en rodearlo y todo aquello que consciente o inconscientemente realiza cada día. Es una casualidad el lugar de nuestro nacimiento. Igual puede suceder en plenas montañas de Marruecos, en el desierto mexicano, en la algarabía de la gran ciudad de Tokio o entre los mimos de una emigrante en el corazón del imperio norteamericano.

Sucedido el nacer, toca cierta parte de la suerte, la injusta suerte, la mal llamada suerte del nacimiento: ¿por qué nací aquí y no allá? De nacer en uno u otro lugar varía todo el sentido de la vida. Pero ya es evidente que esto no tiene nada que ver con el azar, sino más bien con las desigualdades que existen en nuestro planeta, y eso se puede arreglar. Lo demuestran día tras día todos aquellos que luchan en las peores condiciones por cambiar este mundo. Algo se está haciendo. No todo, desde luego, porque todavía es posible que la muerte nos espere durante un viaje turístico porque en tal lugar no hay un hospital para sus habitantes, y si no lo hay para ellos, tampoco lo habrá para los visitantes. Algo de esta certeza empieza a moverse por el mundo. Entonces, luchar por mejorar las condiciones de vida en todos los lugares, y no sólo las urgentes de sanidad, sino todas las que tienen que ver con la existencia en cualquier sitio, se ha convertido en una defensa para cualquiera que desee, mínimamente, andar por todos los caminos de nuestra tierra. Podría parecer otro cinismo de nuestras opulentas sociedades, pero por elemental sentido práctico cada vez el esfuerzo es más general. Ello redundará en la colaboración con aquellos que se esfuerzan por su sentido de la justicia, como si más tarde o más temprano todos los seres humanos se implicarán en las luchas por la eliminación de las más crudas realidades. Mejorará la salud pública en todas partes, mejorará la vida, porque en todas partes debe valer la pena existir. El azar en la realidad no vendrá por la suerte de dónde se ha nacido. El azar será otra cosa, siempre presente, pero no por injusticias olvidadas.

Una gran mezcla de todo esto es BABEL, una película del mexicano Alejandro González realizada en el año 2006 junto al guionista Guillermo Arriaga. Antes habían hecho otras dos emblemáticas obras de arte: Amores Perros y 21 Gramos. Las tres conocidas como la trilogía del dolor. Para finalizarla ambos artistas se plantearon expresar todo lo que desune a los seres humanos, pero esto cambió radicalmente durante el rodaje. El descubrimiento de que a través del dolor y del amor podía expresarse la más legítima unidad humana planteó nuevas incógnitas a los realizadores del film. Se llora y se quiere de la misma manera en cualquier parte del mundo. Todos tenemos idénticos sentimientos. Para éstos no hay suerte que valga ni mejoramiento material. Entraríamos a un pensamiento con cierta profundidad filosófica: más allá de todo está la esencia del ser humano. Es cierto, en parte, porque nunca debe verse ninguna reflexión apartada de su realidad.

Gracias a la maestría de estos dos cineastas, junto a todo el equipo de producción, podemos entender las diferencias entre el dolor de los niños marroquíes y los norteamericanos, sin que entendiendo las diferencias se limite la igualdad del dolor en todos ellos. Pasa igual con los padres, con la niñera, con la joven japonesa. No importa dónde se esté. El dolor es el mismo. Pero el azar pareciera estar detrás de las historias que se cuentan en esta película. El azar por razón de desigualdad, de diferencia del lugar dónde se está y por contraste en la tenencia del poder en los diversos personajes. No hay otra justificación para el dolor del padre marroquí y de la niñera mexicana. Ambos pertenecen al mundo de los excluidos. No sucede lo mismo con los padres norteamericanos y la tortuosa relación entre la joven japonesa y su padre. Son dos polos. En uno se encuentran los problemas de los que dominan sus circunstancias y en el otro los que son dominados por ellas y por los personajes que están en el polo opuesto. Para los discriminados por el poder no caben las explicaciones. Todo les grita que es mejor que se callen y obedezcan. Sencillamente sólo les queda un abrazo de lágrimas y rehacer sus realidades de acuerdo a unas posibilidades bien limitadas. Los otros también se quedan en lo mismo, pero tienen todas las posibilidades para resolver unos conflictos que, más que con sus realidades, habrán de encaminarlos de manera muy diferente, psicológica, afectiva, existencial. Esto marca unas diferencias que siempre debemos tener presentes. Y no sólo para conocerlas e imaginar cualquier solución al estilo del cinismo que caracteriza a las sociedades desarrolladas. Tardará mucho por esa vía que se arreglen un poco las cosas. Es preciso tener en cuenta estas diferencias no por la conveniencia de sus repercusiones, sino por la alegría que surge cuando se participa en la creación de un mundo mejor. Podrían parecer acciones idealistas e imposibles, sí, podrían parecerlo, pero lo que sí es completamente real es que nunca se es tan feliz como cuando se sabe que todos los demás también pueden ser tan felices como uno mismo. Esta es la verdadera BABEL de que tendríamos que ocuparnos, aunque ello sobrepase los objetivos que veremos en pantalla.

La gran mezcla de situaciones, culturas, idiosincrasias y caracteres que aparecen en la cinta intentan ofrecernos el panorama global que encierra el mundo de hoy. Cualquier azar, por muy apartado que suceda, puede repercutir en todos los continentes. Todas las historias están conectadas, aunque el drama de la chica de Tokio, el argumento menos relacionado, podría sintetizar el gran símbolo del film: la soledad del dolor, el íntimo amor necesario. Su parentesco con la niña marroquí, que evidentemente lo tiene, no alcanza la conexión que si se producen entre los otros personajes. Pero ya resultaba casi imposible en tan poco tiempo de metraje lograr mayores enlaces humanos. Los realizados ya son suficientes para alcanzar la comprensión sobre la amplitud de una buena parte de interrogantes que nos plantea la película.

Es la fragmentación. Con ésta juegan todos los objetivos. El film, lleno de ternura y violencia, nos invita al regocijo de la reflexión que debe armar el puzzle de la vida. ¿Cómo caracterizaríamos a las cuatro familias implicadas en la historia? ¿Qué importancia tienen para norteamericanos y japoneses los mexicanos y los marroquíes? Y también ellos mismos entre sus propios iguales. ¿Qué vínculos observamos entre los padres marroquí, norteamericano y japonés con la niñera mexicana? ¿Qué escribió la joven japonesa al inspector de policía? ¿Qué significa el romper el rifle contra las rocas por el niño marroquí? ¿Por qué el guía de Marruecos rechaza el dinero que le ofrece el turista norteamericano? La película es un rompecabezas casi perfecto. ¿Qué sucede cuando no oímos a los personajes y sólo se nos ofrece una espléndida música acompañando a las escenas? ¿Qué propósito puede tener el que sea sordomuda la joven japonesa? ¿Qué nos da el sexo? ¿Qué imaginamos sobre el dolor? ¿Estamos acercándonos al amor? Así infinitamente se sucederían las incógnitas. ¿Hemos visto, o hemos experimentado, o hemos oído, alguna historia parecida a las que se cuentan en la película? ¿Qué hacemos por erradicar las desigualdades en el mundo? ¿Qué preferimos, la suerte o la realidad? ¿Nos parece bien nacer en cualquier parte? La vida, la de todos los seres humanos, debería ser una fiesta constante. ¿Qué sabor nos deja el final tan iluminado en la ciudad de Tokio? Los inspectores de policía, los investigadores de este espejo roto que nos entrega esta joya del cine, somos, con acertada guía de los realizadores cinematográficos, nosotros mismos: los espectadores. Cuidado no perder ninguna pista. Todo es esencial, hasta la edición con que termina una historia y comienza la otra. Estamos ante un tesoro por descubrir.  

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